miércoles, 17 de septiembre de 2014

Última llamada: una respuesta y una breve reflexión sobre la cooperación

Hace dos días desde la asociación Autonomía y Bienvivir publicamos un texto colaborativo en el conocido blog de Antonio Turiel The Oil Crash. Dado que en la actualidad tres cuartas partes de los lectores de La Proa del Argo no se cuentan entre los peakoilers, creo que tiene sentido publicarlo aquí también, pasado un plazo suficiente para dejar a Antonio la primicia, dado que nos ofrece la mejor tribuna a la que podemos acceder (también estuvimos en la radio, pero eso es otra historia).

El texto es una respuesta al manifiesto Última llamada. Es por tanto una enmienda a la totalidad del sistema socio-económico actual, y a los graves problemas de nuestra civilización, un sistema que nos obliga a crecer en grave detrimento del capital natural, de los stocks que nos proporcionan los servicios para la subsistencia y el disfrute de la vida. El texto deja a un lado en gran medida la descripción de los problemas para centrarse en las soluciones, si alguien quiere entrar en más detalle en la problemática puede consultar en este mismo blog las entradas Por qué #nodebemos #__pagamos y siguientes, El pensamiento económico de Frederick Soddy, De la mirada del broker a la del astronauta, La insostenibilidad de los sistemas de precios y La utopía de la inclusión: 1. El problema.

Es también el momento de hacer una breve reflexión sobre la andadura de la asociación y la cooperación. Lo poco que hayamos podido conseguir es fruto de la cooperación estrecha, codo con codo, con otras trece personas. Es indudable el valor de la cooperación, lo que la exigua fuerza de una persona es incapaz de lograr, puede lograrse con la ayuda mutua. Sin embargo, según Polanyi, la sociedad de mercado debe funcionar con ausencia de cooperación consciente. La misma conclusión parece extraerse de las observaciones del gran sociólogo Pierre Bourdieu, retomando el texto que comentábamos en Para la Libertad... (Excurso): La utopía de las cero opciones:

En nombre de este programa científico de conocimiento, convertido en programa político de acción, se cumple un inmenso trabajo político (denegado, porque en apariencia es puramente negativo), que busca crear las condiciones de realización y de funcionamiento de la “teoría”: un programa de destrucción sistemática de los colectivos.
El movimiento se posibilita a través de la política de desregulación financiera, en marcha hacia la utopía liberal de un mercado puro y perfecto; se lleva a cabo a través de la acción transformadora y, hay que decirlo, destructora de toda medida política que pretende cuestionar todas las estructuras colectivas que puedan obstaculizar la lógica del mercado puro. Entre ellas se encuentran: a) la nación cuyo margen de maniobra no cesa de recortar; b) los grupos de trabajo que afecta a través, por ejemplo, de la individualización de los salarios y las carreras en función de las competencias individuales y la atomización de los trabajadores que ello desencadena; c) los colectivos de defensa de los trabajadores, los sindicatos, las asociaciones, las cooperativas: d) la familia misma, la que pierde una parte de su control sobre el consumo a través de la constitución de mercados por rangos de edad.

Mi impresión es que sin necesidad de fuerzas coactivas, que sin duda existen, la cooperación es frágil. Varias personas han rehusado participar en esta empresa apasionante por matices nimios. A ello se une el sabor de boca que me deja la recepción del artículo, que ha sido entusiasta por parte Antonio Turiel, calificándolo en su Facebook como “posiblemente uno de los post más importantes que se hayan publicado en el blog”, frente a la recepción de sus lectores habituales, de los que hemos obtenido pocas palabras de aliento, al menos hasta el momento. No tengo una explicación cabal para este fenómeno, quizás, especulando, al hacerse nuestra sociedad más compleja los itinerarios educativos y afectivos de los individuos se hacen cada vez más divergentes. La individualización se hace extrema, y un arroyuelo de discrepancia se convierte en un abismo insalvable.

Dijo Mancur Olson, en su obra La lógica de la acción colectiva que el simple hecho de buscar un objetivo común entre varias personas hará que la mayoría de ellas no se esfuercen, al no poder ser excluidas de los beneficios comunes. Está lógica se rompe cuando disfrutamos con la cooperación, cuando el trabajo por el objetivo común se convierte en un placer, en una forma de ocio que nos proporciona sentido, y cuando disfrutamos aprendiendo de los compañeros de viaje. Satisfacemos de esta forma varias necesidades humanas: participación, identidad, entendimiento, ocio, creación.

No hay alternativas a la cooperación, pero gracias a Dios el viaje promete ser apasionante. Les dejo ahora con nuestro

 Programa para una Gran Transformación


 

martes, 9 de septiembre de 2014

La utopía de la inclusión: 2. La solución



En la primera parte de este artículo realizamos una breve descripción de uno de los problemas centrales de nuestra sociedad: el problema de la inclusión. En nuestra sociedad no existe el derecho a participar en los costes y beneficios de la producción, quedando esta condicionada a la demanda de empresas y agentes, y de forma indirecta al crecimiento económico.

Es complicado polemizar una realidad tan sólidamente sedimentada en nuestros hábitos y en nuestro día a día, hasta el punto que pocos se atreverían a cuestionar lo que puede llegar a parecer el orden natural de las cosas. Nada más lejos de la realidad, tal y como mostramos, si bien el trabajo siempre acompañó al hombre en su relación con el medio natural y en la búsqueda de su sustento, la creación del mercado de trabajo es un suceso histórico, nada natural, más bien al contrario, el resultado de una gran coacción. Otras sociedades, en el pasado, institucionalizaron el derecho a la inclusión, tradicionalmente a través de los bienes comunes, y lo hicieron porque es tanto racional como sostenible.

El problema no es sólo todo el sufrimiento que provoca la exclusión, imposibilitando la satisfacción de necesidades humanas básicas, sino que la solución indirecta a este problema, a través del crecimiento económico, se ha convertido en un móvil en sí mismo. De esta forma, problemas ficticios como producir más bienes en un mundo con abundancia de bienes, se convierten en centrales, por sus consecuencias sobre el bienestar de las personas. Es así como entramos en una lógica perversa, según la cual no se pueden resolver los problemas reales, como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, o el agotamiento de materias primas, puesto que están condicionados por problemas ficticios. El problema no se puede resolver, puesto que está mal planteado, necesitamos replantear el problema. Es preciso entender que la economía está para servir al ser humano y no el ser humano para servir a la economía.