miércoles, 1 de junio de 2016

Bienvivir, bienamar

La sociedad de consumo capitalista nos presenta el mundo como una gran manzana que engullir, un conjunto de experiencias episódicas que hay que degustar y devorar sin pérdida de tiempo, antes que decaiga el brillo de la novedad. El modelo es el éxito, el objeto es el símbolo y la experiencia es el premio. La aparente cornucopia de placeres tiene el efecto contrario al deseado, un individuo infeliz y alienado de sí mismo, refugiado en la inconsciencia, que puede derrumbarse al menos traspiés. Sus relaciones afectivas, de existir, serán frágiles y superficiales. En este entorno adverso, el individuo debe reconstruir su capacidad de amar para satisfacer plenamente sus necesidades humanas, proceso en el que ganará autonomía.



Existe una impresión, que creo está muy generalizada entre la población, de que asistimos a un deterioro progresivo de las relaciones sociales en los llamados países desarrollados, impulsado por los cambios en los estilos de vida que nuestras sociedades han sufrido de forma acelerada en las últimas décadas. Sin embargo, no es fácil probar esto con datos, así, en España el número de hogares de menores de 65 años formado por una sola persona creció hasta casi triplicarse, un 271%, entre 1991 y 2011, y ha seguido creciendo a buen ritmo desde ese año. Sin embargo, que las personas vivan solas no tiene necesariamente que indicar un deterioro de sus relaciones sociales, aunque sí parece claro que la relación de pareja ya no es para toda la vida para una parte cada vez mayor de la población. Por otro lado, cada vez existen más estudios acerca del problema de la soledad, precisamente por la creciente preocupación en torno a esta cuestión, pero no disponemos de datos que nos permitan comprobar la evolución de este sentimiento con el tiempo. El informe La soledad en España señala que un 7,9% de la población mayor de edad vive aislada socialmente, de estos un 80% se sienten solos, pero solo un 60% de los que viven solos por decisión propia sienten la soledad, y solo un 50% de los que viven en compañía. El informe cita pistas que estarían denotando un aumento de la soledad:

Otros indicadores que posiblemente estén dando pistas también del auge de la soledad son el aumento de la tasa de suicidios en España, así como el incremento de enfermedades mentales, ya que en el origen de muchas de ellas estarían estados solitarios previos.


Aunque la soledad es un fenómeno transversal, y uno de los grupos vulnerables son los jóvenes hasta 30 años, el grueso de los solitarios son mayores, lo que no resta validez a la argumentación que desarrollo en el artículo, dado que sentirse solo es sentirse no amado, y ello denota la escasa capacidad de amar de nuestra sociedad. Al fin y al cabo el cuidado está evidentemente relacionado con el amor, con preocuparse y ocuparse activamente por alguien. No es extraño pues que hayan disminuido drásticamente los nacimientos, salvo en los países que ofrecen fuertes incentivos económicos para ello, como Francia. En la actualidad, los hombres, y sobre todo las mujeres que declaran abiertamente no desear tener hijos reclaman lo que Zygmunt Bauman denomina, derecho a ser reconocido, es decir, que se vea su elección como algo completamente normal:

Durante mis años fértiles, he tenido todo el tiempo del mundo para tener hijos. Tuve dos relaciones estables, una de ellas desembocó en un matrimonio que aún continúa. Mi salud era perfecta. Podría habérmelo permitido desde el punto de vista económico. Simplemente, nunca los he querido. Son desordenados; me habrían puesto la casa patas arriba. Son desagradecidos. Me habrían robado buena parte del tiempo que necesito para escribir libros.

Junto a este grupo, también reclaman su derecho a ser reconocidos los que se definen como asexuales. No seré yo quien se lo niegue, la libertad de elección, la igualdad y el derecho a una vida digna están por encima de cualquier consideración. Lo que intentaré será exponer los condicionantes sociales que hay detrás de todo este conjunto de fenómenos, que evidentemente los hay, solo podemos explicar la menor duración de la relación de pareja a través cambios sociales, como también solo podemos explicar de esta forma que el porcentaje de población que se declara asexual sea muy distinto en Japón que en los países occidentales:

una encuesta de la Asociación de Planificación Familiar de Japón (APFJ) mostró que 45% de las mujeres entre 16 a 24 años no estaba interesadas, o incluso rechazaban, cualquier contacto sexual

Nuestro punto de partida será por tanto la frase atribuida a Jean Paul Sartre “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él” ¿Y qué es lo que hicieron de nosotros? Hicieron que nuestra característica más definitoria sea la de consumidores, y ello tiene profundas implicaciones que ya explicamos, recordemos las fundamentales, según Zygmunt Bauman en su obra Vida de consumo:

“Consumir” significa invertir en la propia pertenencia a la sociedad, lo que en una sociedad de consumidores se traduce como “ser vendible”, adquirir las cualidades que el mercado demanda o reconvertir las que ya se tienen en productos de demanda futura. La mayor parte de los productos de consumo en oferta en el mercado deben su atractivo, su poder de reclutar compradores, a su valor como inversión, ya sea cierto o adjudicado, explícito o solapado. El material informativo de todos los productos promete –en letra grande, chica, o entre líneas- aumentar el atractivo y valor de mercado de sus compradores, incluso aquellos productos que son adquiridos casi exclusivamente por el disfrute de consumirlos. Consumir es invertir en todo aquello que hace al “valor social” y la autoestima individuales.
El propósito crucial y decisivo del consumo en una sociedad de consumidores (aunque pocas veces se diga con todas las letras y casi nunca se debata públicamente) no es satisfacer necesidades, deseos o apetitos, sino convertir y reconvertir al consumidor en producto, elevar el estatus de los consumidores al de bienes de cambio vendibles.