viernes, 26 de febrero de 2016

Los errores de las tesis del crecentismo

Cuelgo en mi blog un texto colaborativo de la asociación Autonomía y Bienvivir, que publicamos hace unos días en The Oil Crash. Dado que el objetivo del artículo es fomentar el debate y la confluencia entre la izquierda crecentista y las opciones más críticas con el crecimiento, creo que mi blog puede ser también una buena herramienta para alcanzar esa meta, frente al de Antonio Turiel, de mucha mayor difusión pero donde hay un dominio más claro de las tesis decrecentistas. Os dejo con el artículo.
 
 
La izquierda en la encrucijada ¿crecimiento o nuevo paradigma?
 
 

En un libro publicado hace tres años, El fin de la expansión, Ricardo Almenar nos recordaba cómo en la primera mitad del siglo XX la apuesta por el crecimiento económico se convertía, junto al avance científico y técnico, en la gran esperanza para renovar la fe en el progreso, esa idea de fondo que llevaba ya varios siglos animando la cosmovisión europea, un progreso convertido en doctrina, según Lewis Mumford, y cuyo sentido se tambaleaba tras el desastre de la Gran Guerra, amplificado poco después por las cámaras de gas y la bomba de hidrógeno. Entre otras cosas el crecimiento económico nos traería paz social... sin necesidad de encarar el problema de la repartición.
 
 
Almenar pone esta nueva esperanza en palabras de dos economistas por lo demás muy distintos: Keynes y Schumpeter. El primero decía en una conferencia en Madrid en 1930 que, a largo plazo, "la humanidad está resolviendo su problema económico. Predeciría que el nivel de vida de las naciones progresivas, dentro de un siglo, será entre cuatro y ocho veces más alto que el de hoy día". Por su parte Schumpeter afirmaba en otra conferencia de 1936 que "si el capitalismo repitiese sus resultados pasados durante otro medio siglo a partir de 1928, acabaría con todo lo que con arreglo a los patrones actuales podría llamarse pobreza, aun en los estratos inferiores de población, exceptuando únicamente los casos patológicos", y entonces serían fácilmente alcanzables "todos los deseos que han sido expuestos hasta ahora por todos los reformadores sociales".
 
 
Pasado el tiempo que ambos economistas tomaron en consideración, y habiéndose cumplido sus previsiones en cuanto al aumento de la capacidad productiva, resulta bastante evidente, sin embargo, que el problema económico dista mucho de estar resuelto. Las sucesivas crisis, el escandaloso aumento de la desigualdad y la persistencia de la pobreza también en los países más industrializados dejan pocas dudas sobre la naturaleza política de ese problema económico. ¿Cuántas décadas de crecimiento más harán falta para constatarlo? Y si la pobreza, la exclusión social y la desigualdad no serán resueltas por el crecimiento económico, mucho menos aun lo será el problema de la sostenibilidad, sacrificada precisamente en el altar de ese crecimiento en el que tanto se confía, y que en realidad está resultando antieconómico (en palabras de Herman Daly.).
 
 
A pesar de esto, el hueco teórico dejado por el neoliberalismo en su apuesta por un crecimiento basado en el predominio de la libertad de mercado parece estar resultando demasiado tentador para una izquierda que ve la oportunidad de mostrarse superior en la búsqueda de ese crecimiento mediante políticas keynesianas, con lo que lograría así un cambio en las preferencias políticas de la sociedad. Pero a tenor de lo dicho, hay que preguntarse si ese cambio de preferencias no sería un mero cambio de gestores y de estilo de gestión, y no un verdadero cambio social hacia un mundo mejor.