jueves, 30 de agosto de 2012

La guerra de divisas (I): 280 buques de guerra custodian la globalización, según Financial Times


Queridos lectores,

Currency Wars es un libro del norteamericano James Rickards publicado en 2010, y también otro libro del chino Song Hongbing publicado en 2007, y con secuelas en 2009 y 2011.


Sin duda no es casual, ni deberíamos pasar por alto, la nacionalidad de los autores.

El libro de Rickards comienza de una forma curiosa: un ejercicio estratégico en el Laboratorio de Análisis de la guerra, cerca de Washington, en el que se simula una guerra financiera global, donde los participantes usan las divisas y los mercados para sostener los intereses nacionales. Aunque pueda resultar sorprendente estos ejercicios se han llevado a cabo en la realidad, y no son ningún secreto. Rickards, profesor de universidad y habitual tertuliano en cadenas de televisión como la CNN o la Fox, es uno de los consultores externos a los que recurrió el pentágono para montar los primeros “juegos de guerra financieros”.

La idea de unir economía y seguridad no es nueva, pero el mero hecho de hablar de una “guerra de divisas” podría resultar para algunos estrafalario, alarmista, e incluso propio de un “anti-sistema”.

Otro libro, que nadie relacionaría con el libro de Rickards, excepto un servidor, nos presenta una cara de nuestra sociedad más amable, aunque la palabra más precisa sería “apetecible”. “WACU Girls” es un libro escrito por alguien del mundo de la moda y que sigue la estela de “Sexo en Nueva York”. Desconozco el contenido del libro, salvo la portada, que pude ver por casualidad en las manos de una chica joven en el metro de Madrid.

Y encima van por la vida con cara de palo

WACU, es un acrónimo de World (Globales), Ambitious (Ambiciosas), Cool (a la última) y Unique (Únicas). Además, según dice la contraportada, una chica WACU se hace, no nace. La pregunta es obvia, ¿te atreves a ser una de ellas?

Sin duda es anecdótico, pero revelador. Hemos hablado de la ambición y las elecciones cuando reflexionábamos sobre los efectos de la globalización en la condición humana y citábamos el trabajo del gran Zygmunt Bauman.



Sea verdad o no, se nos dice continuamente que las posibilidades son ilimitadas y que cuanto tenemos que hacer es elegir las que nos vayan mejor; y lo que es más importante, se nos castiga por no conseguir encontrarlas, como si lo que se nos había dicho sobre su accesibilidad fuera cierto. Nos hemos acercado peligrosamente al Erewhon de Samuel Butler, ese lugar donde se trataba a los especuladores y embaucadores como si fuesen víctimas de la desgracia, donde se tenía piedad de ellos, se los cuidaba y bañaba de simpatía pública, mientras se consideraba a los enfermos y los pobres como criminales y se los metía en la cárcel, donde “la suerte era el único objeto adecuado para la veneración de los humanos”, donde se reconocía que “el desordenado regateo del mercado y, en última instancia, la fuerza bruta decidían, y siempre decidirían, hasta qué punto un hombre tenía derecho a tener más suerte que sus vecinos y merecía, por tanto, mayor respeto que ellos", o donde un juez replicaba a los ruegos de piedad de los desafortunados diciendo: “Podéis decir que ser criminal es vuestra desgracia; yo os respondo que vuestro crimen es ser desgraciado”

Si todo es cuestión de elección, elegimos ser ambiciosos o “elegimos ser pobres”. A pesar de la ramplonería intelectual de semejante argumento se nos bombardea con el de forma constante, desde muy diversos medios y bajo distintos disfraces.